Mis pensamientos eran un torbellino de recuerdos: su risa iluminando la habitación, la forma en que me tomaba de la mano sin avisar, las noches donde su piel era mi hogar. Y ahora, todo eso pertenecía a alguien más.
Por Ehab Soltan…… De (Limonero2)
Hoylunes – La noche se esparcía sobre la ciudad como un manto de ceniza. Afuera, la lluvia golpeaba los cristales, pero dentro, la tibia penumbra del bar ofrecía una falsa sensación de refugio. Me encontraba allí, con viejos amigos, fingiendo que todo estaba bien.
Las conversaciones iban y venían, entre risas y tragos, cuando su nombre apareció, flotando en el aire como una maldición.
—Aisha está bien, ¿sabías? —dijo Marcelo, removiendo su whisky con desgana.
Su voz era casual, pero para mí fue un disparo en el pecho.
—Sí, vive con normalidad —agregó Raúl, sin siquiera mirarme—. Lo superó rápido.
Sentí el sabor amargo del licor quemándome la garganta. Quise desviar la conversación, hablar de cualquier otra cosa. Pero las palabras ya estaban en el aire, y yo, débil como siempre, seguí escuchando.
—Parece que está con alguien más —continuó Marcelo—. Dicen que él la trata como una reina. Que la ama de verdad.
Mis dedos se tensaron alrededor del vaso. Por un instante, el sonido de la lluvia y el murmullo del bar se desvanecieron. Solo quedó el peso insoportable de esas palabras.
Me obligué a esbozar una sonrisa forzada.
—Me alegro por ella —mentí.
Pero mi voz sonó hueca, ajena, como si no me perteneciera.
Raúl me miró de reojo, con esa expresión incómoda de quien sabe que ha dicho demasiado.
—Mira, no queríamos… —empezó a decir.
—No importa —lo interrumpí, dejando el vaso sobre la mesa—. En serio.
La verdad era que sí importaba. Importaba demasiado.
Quise levantarme, pero el miedo me clavó al asiento. Si me iba, ellos lo notarían. Notarían el temblor en mis manos, la sombra en mis ojos. Y si hablaban, si intentaban consolarme, todo sería aún peor.
Entonces, hice lo único que podía hacer: fingir.
—Disculpen, tengo que buscar unas cosas y marcharme —murmuré.
Mi voz apenas salió. Tal vez temía que si hablaba más fuerte, mi tristeza escaparía con ella.
Me puse de pie con movimientos mecánicos, como si mi cuerpo fuera un traje vacío que alguien más manejaba. Pero antes de dar un paso, alguien susurró:
—Déjenlo en paz.

No supe quién lo dijo. Tampoco importaba.
Salí del bar y la lluvia me recibió con la violencia de quien quiere borrar lo que aún queda en pie. Caminé sin rumbo, sintiendo el agua resbalarme por el rostro, mezclándose con algo más que no quería admitir.
Mis pensamientos eran un torbellino de recuerdos: su risa iluminando la habitación, la forma en que me tomaba de la mano sin avisar, las noches donde su piel era mi hogar. Y ahora, todo eso pertenecía a alguien más.
El tiempo siguió adelante, la vida siguió adelante. Solo yo me quedé atrapado en el mismo instante, en la misma pregunta sin respuesta:
¿Es posible que todo lo que fuimos se haya convertido en nada?
Sí. Lo mencionaron, y mi error fue escuchar.
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